Siempre me pregunto si aquel oficial que dio la orden de circular pensó, al menos por un instante, que ese grupo de mujeres iba a transformar esa orden en un símbolo de resistencia, coraje y amor que 45 años después sigue siendo un faro no solo para los argentinos sino para el mundo entero.
Nuestra historia de resistencia comienza al revés de todo. Son los hijos militantes desaparecidos, los que paren la ronda de las Madres de Plaza de Mayo y de esas rondas, nacen las Abuelas argentinas con nietitos desaparecidos.
Fue una de ellas quien, mientras daban vueltas en la plaza, se separó del grupo preguntándole a sus compañeras si alguna además de buscar a sus hijos, estaba buscando bebes. Así va naciendo el primer grupo, las 12 Abuelas fundadoras.
Mientras a nosotros nos arrancaban de los brazos de nuestros padres, o del vientre de nuestras madres para formatearnos en una familia apropiadora, ellas se iban organizando y tejiendo, como hacen las abuelas, no solo mantas o batitas, sino estrategias para encontrarnos.
Semana a semana se sumaba una nueva compañera. Alguien acercaba de forma anónima algún dato. Socializaban la información y diseñaban la estrategia de búsqueda. De repente, esas mujeres, la mayoría amas de casa y alguna que otra docente estaban enfrentando de forma organizada la dictadura.
Mientras tanto nosotros seguíamos creciendo muy lejos de nosotros mismos. Con otros nombres, otras fechas de nacimiento, otros números de documento. Otras personas se imponían en el lugar que debían ocupar nuestros padres, fortalecían la mentira cada día.
¿Cómo iban a hacer estas mujeres para explicarnos, al momento de encontrarnos, que en realidad ese nombre que repetíamos no era el nuestro? ¿Cómo iban a hacer para comprobar que éramos los bebés robados a sus hijos?
En mi caso tuve la suerte de nacer con mis padres en libertad. Un 31 de enero de 1976 en el Hospital Israelita a las 00:30. Una de mis tías, Susy, estuvo en mi nacimiento. Es ella quien le lleva a mis abuelos la noticia, la bebé había nacido y era igual a Toti, morocha, de manos grandes, con la misma trompa de mi papá y con un lunar en la rodilla izquierda. Cuando la tía vuelve a nuestra casa en William Morris, los tres ya habíamos desaparecido. Mi papá Roque Orlando “Toti” Montenegro con 20 años, mi mamá Hilda Ramona Torres con 18 años y yo Hilda Victoria Montenegro con 13 días de vida.
A partir de ahí comenzó la búsqueda. Mi familia vivía a 2.000 kilómetros de Buenos Aires y en ese tiempo la comunicación era muy compleja cuando se vivía en un pueblo como Metán. La idea de mis abuelos al principio era que en algún lugar nos tenían, a los tres juntos, por supuesto. Debería existir alguna cárcel en el sur o en algún lugar muy alejado donde tuvieran a las familias que iban desapareciendo. A medida que pasaba el tiempo la búsqueda se hacía más dolorosa, no había novedades sobre nosotros. Hay una carta que escribe mi abuelo, Desiderio a la Conadep, en ella dice que la enfermedad que tiene junto a mi abuela es de pena por no saber el destino de su hijo, su nuera y su nietita y que en cualquier lugar “donde me los tengan” el iba a ir para buscarnos.
Por fin, en el año 1984, llega a Abuelas una denuncia anónima que dice que el Coronel Herman Tetzlaff tiene a dos bebés hijos de desaparecidos, a María Sol como hija propia y a Cesar como el hijo de la señora que trabajaba en su casa.
Tengo muy presente el día que con Herman fuimos al juzgado. Me acuerdo del patio interno, las plantas en la galería y principalmente de la forma insistente en la que el juez le pedía a Herman que me quedara con su secretario. De ahí también guardo el recuerdo de algo que fue una constante en mi vida de María Sol y que después de muchísimos años de terapia pude identificar como parte de la formación que los apropiadores depositaban sobre nosotros en cuanto a lo que íbamos a entender como lealtad hacia ellos: “delante de mi hija puede decir lo que sea, yo conozco muy bien los bueyes que aro” dijo mi apropiador. Acto seguido el juez sacó de su escritorio una carpeta rosa y le informó que las viejas estaban jodiendo, solo lo ponía al tanto y le manifestaba su compromiso para que ese problema no avanzara.
Lamentablemente así fue. Muchísimos años mi causa pasó de juzgado a juzgado, nunca durante ese tiempo las Abuelas dejaron de buscarme ni de darle esperanza a mi familia. Por fin, en 1992 un juez, el Doctor Marquevich, el primero que planteaba lo que las Abuelas venían exigiendo, que en nuestro país había existido un plan sistemático de apropiación de bebés, me cita para una extracción de sangre. En el año 2000 el Banco Nacional de Datos Genéticos confirma que María Sol Tetzlaff Eduartes es en realidad Hilda Victoria Montenegro.
Fue un baldazo de agua helada. Odiaba con mi corazón a las viejas, no soportaba ver a “la Carlotto” ni siquiera por televisión, negaba que fuera cierta la historia de que en nuestro país existían personas desaparecidas. Repetía, como me habían enseñado, que nuestros hombres de las Fuerzas habían entrado en guerra para ganar la paz y que los desaparecidos estaban todos en Europa. Veinticinco años de mi vida repitiendo ese discurso todos los días.
Todo fue muy difícil en ese tiempo, pero hay algo que siempre pongo en valor y es la paciencia que tuvieron y tienen las viejas para con nosotros.
La paciencia durante aquellos años de búsqueda, lo que han logrado a partir de una noticia de un hombre que no quería reconocer a su hijo, y a partir de la sangre se comprobó el índice de paternidad, fue para ellas el puntapié para ir al mundo a buscar ayuda. La ciencia podía ayudarlas a encontrarnos, a probar que éramos los hijos de sus hijos. No sin dificultades, encontraron en New York a un joven científico argentino que les dio esperanzas. La ciencia se iba a poner a trabajar y así se descubre por ellas el índice de abuelidad. Y de la mano del retorno de la democracia se crea así el Banco Nacional de Datos Genéticos.
La dictadura no va a ser para siempre pensaban, hay que buscar los restos de los desaparecidos, hay que reunir toda la información que se tenga y es también por ellas que nace el Equipo Argentino de Antropología Forense, un ejemplo en todo el mundo, que identificó a centenares de desaparecidos y me devolvió los restos de mi papá.
Cuando las Abuelas comienzan la lucha por conocer nuestro origen se encuentran con otro obstáculo. La identidad no era reconocida como un derecho humano. Fue su peregrinación por todos los rincones del mundo, lo que permitió que en 1989 La Convención de los Derechos de los Niños y Adolescentes reconozca para todos los niños del mundo el derecho a la identidad en el artículo argentino.
¿Cómo nos iban a contar nuestra historia? En aquellos años estaba la idea de que a las personas adoptadas no había que decirles la verdad porque se les podía generar un trauma. ¿Qué quedaba para nosotros entonces? Y ahí las Abuelas una vez más abrieron caminos. Todos nuestros países hermanos sufrieron dictaduras pero solo aquí, en nuestro país, se llevó adelante la apropiación de bebés. No tenían dónde buscar una referencia sobre cómo abordar estas historias sin lastimarnos más de lo que ya el Estado terrorista nos había lastimado. Convencidas de que nada podía ser peor que el engaño y con esa capacidad única de convocar gente comprometida y valiosa se sumaron los psicólogos a esta tarea de reparación, creando el Centro por el derecho a la identidad, el lugar donde se nos acompaña en el largo camino de la reconstrucción de nuestra identidad.
Se preguntaron también, a medida que pasaran los años y nuestras familias fallecían, ¿quién nos iba a contar la historia de nuestros padres? ¿Cómo íbamos a construir nuestra identidad? Y así crearon, junto a la Facultad de Sociales, el Archivo Biográfico familiar que recopila los testimonios de nuestras familias y los amigos de nuestros padres para poder conocer los detalles de cómo eran, a qué escuela fueron, qué les gustaba comer, cómo se sumaron a la militancia y demás detalles que uno atesora con el corazón.
Hoy nuestras Abuelas cumplen 45 años de amor y lucha. Ya somos 130 las mujeres y hombres que recuperamos nuestra identidad, que conocemos nuestra historia. Pero todavía nos falta encontrar a centenares de hermanos y hermanas, muchos de ellos, seguramente, ya tendrán sus propios hijos.
Por ellos la búsqueda continúa…
Por Victoria Montenegro, legisladora porteña por el Frente de Todos, recuperó su identidad en 2001.
Télam