La rosa blanca sobre la lápida del Papa Francisco en Santa María la Mayor

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Sobre el féretro, el símbolo de Teresita que lo «escuchó»

A lo largo de su vida y de su pontificado, el Papa Francisco ha subrayado su vínculo con la mística carmelita, a la que, según ha contado, confiaba un problema, pidiéndole «no que lo resolviera, sino que lo tomara en sus manos y me ayudara a aceptarlo». Como «señal» recibía la flor. Así ocurrió también durante su hospitalización en el Gemelli. Y ahora una rosa blanca descansa sobre la lápida de mármol de la basílica de Santa María la Mayor

Salvatore Cernuzio – Ciudad del Vaticano

En una mesita de mármol, bajo cuadros e iconos, fuera de su piso particular de Santa Marta, había siempre una rosa blanca y fresca. Era el símbolo de su vínculo con «Teresita», Teresa de Lisieux, la santa a la que siempre acudía para pedir gracias y a cuya intercesión confiaba sus dificultades personales y las de los demás.

Y una rosa blanca reposa desde anoche sobre otro mármol, el de la placa de origen ligur con la inscripción Franciscus en la Basílica de Santa María la Mayor bajo la que descansan los restos mortales del Papa Francisco. No es una elección artística, sino de continuidad y devoción.

Esa flor ha acompañado toda la vida de Jorge Mario Bergoglio. Él mismo había hablado de ella en el libro-entrevista El Jesuita, escrito por los periodistas argentinos Sergio Rubín y Francesca Ambrogetti, quienes, al describir la biblioteca del entonces arzobispo de Buenos Aires, observaron un jarrón lleno de rosas blancas en un estante, frente a una foto de la mística carmelita fallecida con sólo 24 años en 1897, canonizada por Pío XI y proclamada Doctora de la Iglesia por Juan Pablo II en 1997.

«Cuando tengo un problema – había explicado el entonces futuro Papa a los dos periodistas – pido a la santa, no que lo resuelva, sino que lo tome en su mano y me ayude a aceptarlo, y como señal casi siempre recibo una rosa blanca».

También había ocurrido al inicio de su pontificado, en septiembre del 2013, cuando convocó una vigilia de oración en la plaza de San Pedro por la paz en Siria, que en ese momento corría el riesgo de caer en el abismo de un sangriento conflicto. Durante la vigilia se leyeron fragmentos de la poesía de Santa Teresa de Lisieux y el Papa Francisco, de regreso a Santa Marta, recibió como regalo sorpresa una rosa blanca recogida por un jardinero en los Jardines Vaticanos.

El Papa recibió el mismo regalo pocos días después de su última hospitalización en el Policlínico Gemelli por una pulmonía bilateral: una rosa blanca de Santa Teresa, envuelta, procedente de la casa de Lisieux. La guardaba en una mesilla junto a su cama. Una «señal» de que la mística lo acompañó hasta los últimos momentos de su vida.

 

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