El Papa León XIV celebró una misa privada este viernes 9 de mayo, apenas un día después de convertirse en la máxima figura de la Iglesia católica estadounidense y el líder de 1.400 millones de fieles en todo el mundo. La ceremonia, que comenzó a las 11:00 (las 6:00 en Argentina) es transmitida por el Vaticano.
Desde el momento de la misa privada con los cardenales hasta la oración del Regina Coeli, el domingo al mediodía, y un encuentro con periodistas en el Vaticano el próximo lunes a la mañana, sus acciones, gestos y palabras serán estudiadas al milímetro, en un intento de calibrar cómo será su mandato.
Al inicio, se leyeron versículos del Apocalipsis, en inglés: “Vino entonces a mí uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las siete plagas postreras, y habló conmigo, diciendo: Ven acá, yo te mostraré la desposada, la esposa del Cordero. Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, teniendo la gloria de Dios. Y su fulgor era semejante al de una piedra preciosísima, como piedra de jaspe, diáfana como el cristal. Tenía un muro grande y alto, con doce puertas, y en las puertas doce ángeles, y nombres inscritos, que son los de las doce tribus de los hijos de Israel. Al oriente tres puertas; al norte tres puertas; al sur tres puertas; al occidente tres puertas”.
Acto seguido, se leyó la primera carta del apóstol San Pedro, en español, más precisamente los versículos 4 al 9 del capítulo 2: “Acercándoos a él, piedra viva, rechazada por los hombres, pero elegida y preciosa para Dios, también vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción de una casa espiritual, para un sacerdocio santo, a fin de ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios por Jesucristo. Por eso se dice en la Escritura: Mira, pongo en Sión una piedra angular, elegida, preciosa, y el que crea en ella no quedará defraudado. Para vosotros, pues, los creyentes, es el honor; pero para los incrédulos, la piedra que desecharon los constructores, ésa ha venido a ser la piedra angular, y también piedra de tropiezo y roca de escándalo. Tropiezan en ella los que no creen en la palabra, para lo cual estaban destinados. Pero vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo de su posesión, para que proclaméis las grandezas del que os llamó de las tinieblas a su luz admirable”.
A continuación, León XIV comenzó su primera homilía en la que reflexionó sobre el sentido de la fe en los tiempos actuales.
La primera homilía del Papa León XIV
El Papa León XIV pronunció su primera homilía tras ser elegido como sucesor de Pedro, y destacó la misión de la Iglesia y la centralidad de Jesucristo como el Mesías y Salvador. En su mensaje, dirigido a los cardenales, enfatizó la fe de Pedro y la responsabilidad de la Iglesia de transmitir el Evangelio en un mundo con diversas percepciones sobre Jesús.
“Ustedes me han elegido como sucesor para la misión de la Iglesia”, afirmó el Papa, definiendo a la Iglesia como “la comunidad de los discípulos de Jesús”. Citando las palabras de Pedro, “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo”, explicó que estas expresan “en síntesis el patrimonio que desde hace dos mil años la Iglesia, a través de la sucesión apostólica, custodia, profundiza y transmite”. Añadió que “Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo, es decir, el único salvador y revelador del rostro del Padre”.
El Papa destacó cómo Jesús se manifestó “en los ojos confiados de un niño, en la mente inquieta de un joven, en los rasgos maduros de un hombre, hasta aparecer a los suyos después de la resurrección con su cuerpo glorioso”. Según sus palabras, Jesús “nos ha mostrado así un modelo de humanidad santa que todos podemos imitar, junto con la promesa de un destino eterno que, sin embargo, supera todos nuestros límites y capacidades”.
Refiriéndose a la respuesta de Pedro, señaló que este asume “el don de Dios y el camino que se debe recorrer para dejarse transformar, dimensiones inseparables de la salvación, confiadas a la Iglesia para que las anuncie por el bien de todo ser humano”. Extendió esta misión a los fieles: “También nos las confía a nosotros, antes que nos formara en el vientre materno, regenerados en el agua del bautismo y más allá de nuestros límites y sin ningún mérito propio, conducidos aquí y desde aquí enviados para que el Evangelio se anuncie a todas las criaturas”.
En un tono personal, el Papa expresó que, al ser llamado “a través del voto de ustedes a suceder al primero de los apóstoles”, se le confía este tesoro “para que con su ayuda sea un fiel administrador en favor de todo el cuerpo místico de la Iglesia”. Describió a la Iglesia como “la ciudad puesta sobre el monte, Arca de Salvación, que navega a través de las mareas de la historia, faro que ilumina las noches del mundo”, no por “la magnificencia de sus estructuras” sino por “la santidad de sus miembros de este pueblo adquirido para anunciar las maravillas de aquel que los ha llamado de las tinieblas a su admirable luz”.
El Papa reflexionó sobre la pregunta de Jesús a sus discípulos: “¿Qué dice la gente sobre el Hijo del Hombre?”. Indicó que esta cuestión “no es banal” y “concierne a un aspecto importante de nuestro ministerio”. Identificó dos respuestas predominantes. La primera, “la del mundo”, representada por Cesarea de Filipo, una ciudad “rica de palacios lujosos” pero también “sede de círculos crueles, de poder y teatro, de traiciones y de infidelidades”. En este contexto, Jesús es visto como “una persona que carece totalmente de importancia, al máximo un personaje curioso que puede suscitar asombro con su modo insólito de hablar y de actuar”. Sin embargo, “cuando su presencia se vuelve molesta por las instancias de honestidad y las exigencias morales que solicita, este mundo no dudará en rechazarlo y eliminarlo”.
La segunda respuesta, “la de la gente común”, considera a Jesús “un hombre recto, valiente, que habla bien y que dice cosas justas, como otros grandes profetas de la historia de Israel”. No obstante, “lo consideran sólo un hombre y por eso, en el momento del peligro, durante la pasión, también ellos lo abandonan y se van desilusionados”.
El Papa señaló la “actualidad” de estas actitudes: “Ambas encarnan ideas que podemos encontrar fácilmente, tal vez expresadas con un lenguaje distinto pero idénticas en la sustancia, en la boca de muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo”. Advirtió que “hoy también son muchos los contextos en los que la fe cristiana se retiene una cosa absurda, algo para personas débiles y poco inteligentes”, donde se prefieren “otras seguridades distintas como la tecnología, el dinero, el éxito, el poder o el placer”. En estos ambientes, “no es fácil testimoniar y anunciar el Evangelio y donde se ridiculiza quien cree, se le obstaculiza y desprecia o a lo sumo se le soporta y compadece”. Sin embargo, afirmó que “precisamente por esto, son lugares en los que la misión es más urgente”, ya que la falta de fe conlleva “dramas como la pérdida del sentido de la vida, el olvido de la misericordia, la violación de la dignidad de la persona en sus formas más dramáticas, la crisis de la familia y tantas heridas más que acarrean a la sociedad”.
También reconoció contextos donde Jesús es “apreciado como hombre reducido solamente a una especie de líder carismático o a un superhombre”, incluso “entre muchos bautizados que de este modo terminan viviendo en este ámbito un ateísmo de hecho”. Frente a esto, reiteró la importancia de proclamar: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”, tanto en “nuestra relación personal con él en el compromiso con un camino de conversión cotidiano” como en la vida comunitaria de la Iglesia, “llevando a todos la buena noticia”.
Dirigiéndose a sí mismo como sucesor de Pedro, afirmó: “Lo digo ante todo por mí como sucesor de Pedro, mientras inicio mi misión de obispo de la Iglesia que está en Roma, llamada a presidir en la caridad la Iglesia universal, según la célebre expresión de San Ignacio de Antioquía”. Recordó las palabras de Ignacio, quien, al ser conducido a Roma para su martirio, escribió: “En ese momento seré verdaderamente discípulo de Cristo cuando el mundo ya no verá más mi cuerpo”. El Papa interpretó esto como un llamado a “desaparecer para que permanezca Cristo, hacerse pequeño para que él sea conocido y glorificado, gastándose hasta el final para que a nadie falte la oportunidad de conocerlo y amarlo”.
Concluyó invocando la intercesión de María: “Que Dios me conceda esta gracia hoy y siempre con la ayuda de la tierna intercesión de María, madre de la Iglesia”.