Un grupo creciente de psiquiatras comenzó a prestar atención a un denominador común que aparece en historias clínicas recientes: pacientes que desarrollan delirios intensos luego de pasar largos períodos de interacción con chatbots de inteligencia artificial. El fenómeno, todavía sin definición diagnóstica formal, empezó a ser documentado en hospitales universitarios y consultorios especializados, principalmente en Estados Unidos.

De acuerdo con una investigación de The Wall Street Journal, en los últimos nueve meses médicos y académicos revisaron decenas de casos en los que el uso sostenido de herramientas conversacionales basadas en IA coincidió con la aparición de episodios psicóticos. En algunos de ellos, las consecuencias fueron graves: se registraron suicidios y al menos un homicidio, situaciones que derivaron en demandas judiciales por muerte injusta.

Los especialistas aclaran que no se trata de una psicosis “nueva” en términos clínicos. Los síntomas observados —ideas delirantes persistentes, pensamiento rígido, deterioro del juicio de realidad— son conocidos por la psiquiatría. La novedad radica en el contexto digital que rodea a muchos de estos cuadros: conversaciones extensas, altamente personalizadas y sin interrupciones con sistemas diseñados para sostener el diálogo y validar al usuario.

Keith Sakata, psiquiatra de la University of California en San Francisco, atendió a varios pacientes hospitalizados con este perfil. Para él, el rol de la tecnología no pasa por generar el delirio, sino por reforzarlo. “La persona le cuenta al sistema su realidad delirante y la máquina la acepta como verdadera y se la devuelve reforzada”, explicó en diálogo con The Wall Street Journal.

Según relatan los profesionales, muchos pacientes describen a los chatbots como entidades que los comprenden y tienen la capacidad de entenderlos mejor que su entorno humano. Algunos llegan a atribuirles conciencia, intencionalidad o un vínculo exclusivo. En otros casos, los delirios adoptan formas místicas: misiones trascendentales, conocimientos secretos o comunicación con inteligencias superiores.

La psiquiatría reconoce desde hace décadas que los delirios suelen incorporar elementos tecnológicos propios de cada época. Sin embargo, los chatbots introducen una diferencia sustancial: no solo están presentes en la narrativa del paciente, sino que interactúan con ella. Responden, desarrollan ideas, validan emociones y prolongan la experiencia sin confrontar la interpretación del usuario.

Adrian Preda, profesor de psiquiatría en la Universidad de California en Irvine, advirtió que no existen antecedentes comparables. “Estos sistemas simulan relaciones humanas. Nada en la historia había hecho eso antes”, sostuvo al Wall Street Journal. Para muchos especialistas, esa simulación de vínculo sostenido es el principal factor que distingue a la IA conversacional de tecnologías previas.

No todos los casos parten de cero. En varios pacientes existían antecedentes de vulnerabilidad, como depresión, trastornos del ánimo, consumo de psicofármacos o privación extrema del sueño. En otros, no había registros claros de episodios psicóticos previos. La discusión central gira en torno a si la IA actúa como detonante, amplificador o acompañante de un proceso que ya estaba en curso.

La evidencia empírica todavía es limitada, pero empieza a crecer. Un estudio reciente realizado en Dinamarca analizó historiales médicos electrónicos y detectó decenas de pacientes cuyo uso intensivo de chatbots coincidió con un deterioro en su salud mental. El trabajo no establece causalidad, pero refuerza la necesidad de investigar el fenómeno de manera sistemática.

En Estados Unidos, un estudio de caso revisado por pares describió la internación repetida de una mujer joven que llegó a convencerse de que un chatbot le permitía comunicarse con su hermano fallecido. Para los autores, el episodio expone los riesgos de sistemas diseñados para mostrarse empáticos cuando interactúan con personas en crisis psicológica.

El debate también llegó a las empresas tecnológicas. OpenAI afirmó que trabaja en mejorar la detección de señales de angustia psicológica y en redirigir a los usuarios hacia apoyos humanos cuando las conversaciones derivan en contenidos sensibles. Otras plataformas, como Character.AI, avanzaron con restricciones de acceso para menores tras enfrentar demandas judiciales.

En paralelo, la discusión se trasladó al plano legal. En Estados Unidos se presentaron demandas que cuestionan la responsabilidad de las plataformas cuando sus productos interactúan con personas en estados mentales extremos. Aunque los procesos recién comienzan, anticipan un debate más amplio sobre los límites de la IA en contextos de salud mental.

Desde una mirada epidemiológica, el alcance real del problema sigue siendo incierto. Las compañías sostienen que solo una fracción muy pequeña de los usuarios manifiesta señales compatibles con emergencias psiquiátricas. Sin embargo, aplicada a cientos de millones de personas, incluso una proporción mínima adquiere relevancia sanitaria.

Los psiquiatras coinciden en evitar conclusiones categóricas. Sostuvieron que el estudio de estos casos no quiere decir que los chatbots provoquen la psicosis, sino que en determinados perfiles, estas herramientas funcionen como un factor de riesgo adicional, comparable al aislamiento social o la falta de sueño.

En la práctica clínica, el impacto ya se siente. Cada vez más profesionales incorporan preguntas sobre el uso de chatbots en sus entrevistas como parte de una evaluación integral de un entorno digital que, para bien o para mal, se volvió inseparable de la vida cotidiana.