Desde hace un buen tiempo que las grandes alegrías que tienen los hinchas de River son las que les regala Boca. Que al rival de toda la vida le vaya peor, que sus derrotas sean más pesadas y estrepitosas que las propias. Papelones históricos como el que sufrió el CABJ el martes salvan, o de mínima atenúan emocionalmente, los años del colectivo riverplatense en el país donde, al menos en fútbol, más se celebra la desgracia ajena o más fuerte es el schadenfreude, una palabra que el idioma alemán creó para definir ese fenómeno.
Es demasiado poco para River. Demasiado poco para un River que invierte millones y millones, que es el único equipo del país con futbolistas campeones del mundo, con un plantel lleno de jugadores de selección, que pasaron por ellas, que actualmente lo son, o que lo son en las juveniles. Muy poco. Muy poco juega River para lo que normalmente debería jugar, más allá de los resultados, que a veces maquillan una falta de funcionamiento que a esta altura empieza a preocupar. Este sábado Estudiantes, que no ganaba en el Monumental desde hacía 11 años, expuso diferencias entre un equipo muy bien trabajado y previsible en su competitividad y otro que todavía no logra cobijar a sus figuras bajo un estilo y una identidad bien definidas.
El conjunto que dirige Eduardo Domínguez sacó chapa, mostró las credenciales de un proyecto de mucho tiempo al que le agregó jerarquía, y de movida le jugó el partido de tú a tú al CARP, como hacen pocos en el fútbol argentino. Con Ascacibar marcando el pulso y la intensidad del Pincha, se hizo gigante Estudiantes e identificó muy rápido cómo y por dónde hacerle daño a un River desnudo: el lateral que defendió Marcos Acuña fue una alfombra roja, tal vez la de los Óscars, para Tiago Palacios y para un incansable Eric Meza. El nivel del Huevo, bajo hace rato, es suficiente explicación para entender por qué Gallardo tenía como prioridad traer a Esquivel y por qué, también, le está dando tanto rodaje a un Casco que está a punto de cumplir 37 años.
Olé