El debate también llegó a las empresas tecnológicas. OpenAI afirmó que trabaja en mejorar la detección de señales de angustia psicológica y en redirigir a los usuarios hacia apoyos humanos cuando las conversaciones derivan en contenidos sensibles. Otras plataformas, como Character.AI, avanzaron con restricciones de acceso para menores tras enfrentar demandas judiciales.

En paralelo, la discusión se trasladó al plano legal. En Estados Unidos se presentaron demandas que cuestionan la responsabilidad de las plataformas cuando sus productos interactúan con personas en estados mentales extremos. Aunque los procesos recién comienzan, anticipan un debate más amplio sobre los límites de la IA en contextos de salud mental.

Desde una mirada epidemiológica, el alcance real del problema sigue siendo incierto. Las compañías sostienen que solo una fracción muy pequeña de los usuarios manifiesta señales compatibles con emergencias psiquiátricas. Sin embargo, aplicada a cientos de millones de personas, incluso una proporción mínima adquiere relevancia sanitaria.

Los psiquiatras coinciden en evitar conclusiones categóricas. Sostuvieron que el estudio de estos casos no quiere decir que los chatbots provoquen la psicosis, sino que en determinados perfiles, estas herramientas funcionen como un factor de riesgo adicional, comparable al aislamiento social o la falta de sueño.

En la práctica clínica, el impacto ya se siente. Cada vez más profesionales incorporan preguntas sobre el uso de chatbots en sus entrevistas como parte de una evaluación integral de un entorno digital que, para bien o para mal, se volvió inseparable de la vida cotidiana.